miércoles, 3 de abril de 2013


MUCHO QUE APRENDER

Impagable la entrega de Jordi Évole y su programa Salvados dedicado a la educación, en el que se abordan las enormes diferencias que existen entre dos modelos, el finlandés y el español. 
Traza un punto de partida sin el cual no puede entenderse todo lo demás; en Finlandia, como en Noruega y otros países social y económicamente avanzados, la educación es una cuestión de estado. En otras palabras, sus gobernantes, profesionales de la educación  y ciudadanos han conseguido un gran consenso político y social para sentar las bases del modelo educativo a medio y largo plazo. O sea, lo contrario que en España, donde cada nuevo gobierno hace una nueva ley educativa, sin consenso y sin contar con nadie, y con una miopía atroz: solo les interesan los cuatro años siguientes, hasta las siguientes elecciones. Así nos va. En Finlandia la educación es considerada, además de un derecho fundamental, un servicio público que está adecuadamente financiado para conseguir los objetivos de universalidad, igualdad, calidad y por supuesto gratuidad. No se escatiman recursos por una sencilla razón, consideran la educación una inversión de capital importancia para su sociedad. Su futuro. Ni más ni menos.
Profundizando en las particularidades del modelo, nos enteramos que menos del dos por ciento de los colegios son privados, y no existe ese híbrido llamada escuela concertada. No existe. El dinero de los impuestos de los ciudadanos se destina a la escuela pública. Se quiere con ello garantizar la igualdad de oportunidades, o lo que es lo mismo, que estudien juntos el hijo del presidente de Nokia y la hija de un empleado de la limpieza de Helsinki, lo cual uno de los pilares de cualquier democracia que se precie. Es esta otra gran diferencia con respecto a nuestro modelo, paraíso de los colegios privados disfrazados de concertados y alimentados con dinero público. Aquí parecemos olvidar que es la escuela pública la que cada vez con menos recursos realiza en solitario el esfuerzo de cohesión e integración social del alumnado, mientras los concertados financiados con el dinero de todos, se centran únicamente en su primer objetivo: ser rentables, y por supuesto escoger a sus alumnos. De nuevo otro error colosal en la concepción de nuestro modelo educativo.
Ser profesor en Finlandia equivale a prestigio, ya que solo el diez por ciento de los universitarios que quieren ser maestros finalmente lo consigue. El filtro es durísimo, y solo los mejor preparados llegarán a ejercer. De entre ellos, es decir, los mejores de entre los mejores, son los maestros de lo que aquí sería Primaria. Esto garantiza que los alumnos estarán bien preparados desde la base y capacitados para ir adaptándose a las dificultades del aprendizaje. El resultado está claro: su sistema carece de lo que aquí llamamos fracaso escolar. Como en España, vamos.
 Tras cada nuevo dato conocido, como el de tener solo dieciocho alumnos por clase, el profesorado de apoyo, el compromiso de los padres con la educación de sus hijos, llegando incluso a estar presentes de oyentes en las aulas; detalles, como que es habitual que los padres puedan localizar a los profesores en su teléfono móvil para aclarar cualquier duda o consulta, o que sea habitual que los profesores coman con sus alumnos cuidando el momento del comedor como si fuera otra actividad escolar más. Cualquier detalle hace que tengamos que sonrojarnos ante las enormes diferencias entre ambos sistemas.
El programa finalizaba con un hecho escalofriante. En los primeros años noventa, tras la caída de la antigua Unión Soviética, mercado natural de Finlandia, y destino principal de sus exportaciones, el gobierno finés aprobó amplios recortes en el gasto público, incluida la educación. El resultado fue una generación de alumnos que sufrieron una merma en la calidad y las condiciones de la enseñanza, lo que propicio tasas desconocidas de abandono escolar. Ellos lo llaman la generación perdida. ¿Nos suena de algo?
En nuestra mano está hacer algo al respecto. Aprendamos de la experiencia de otros y luchemos porque nuestros gobernantes abandonen este camino equivocado que nos lleva directamente al desastre. Nuestra educación pública es muy mejorable, pero entre todos tenemos la obligación de dotarla de un modelo estable a medio y largo plazo, y de proporcionarle los recursos económicos y materiales necesarios. Los niños de hoy podrán ser mañana los adultos de una sociedad educada y responsable.

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