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Se levantó temprano con un cansancio atroz. Había pasado una muy mala noche, rebulléndose continuamente en la cama. Inquieto. El amargo regreso de su viaje con Lucía y la inminente vuelta al trabajo no le habían dejado pegar ojo. Habían sido las primeras vacaciones juntos desde que empezaran a salir y a juzgar por el resultado quizás fueran las últimas. La cosa no había ido bien que digamos. El día antes de volver tuvieron una discusión bastante más que airada, muy desagradable. Más bien podría decirse que fue una bronca en toda regla. Según ella, él se había pasado la mitad del viaje pendiente de su Facebook, su Twitter y su WhatsApp a través del móvil, como si no estuvieran juntos, como si no hubieran cogido un avión para estar solos y disfrutar el uno del otro. Lo tachó de niñato, inmaduro e infantil y le recriminó estar enganchado a su móvil a todas horas. Él por supuesto no estaba de acuerdo y además a él nadie le hablaba así, de ninguna manera. La cosa fue subiendo de tono y se puso muy fea. Volvieron de las vacaciones cada uno por su lado. Faltaría más.
Conectó su Smartphone
y en un suspiro comenzó un incesante bip-bip
que le anunciaba la entrada de mensajes
en el WhatsApp.
Nacho se consideraba asimismo un early adopter, lo que en la jerga de los iniciados significaba que habitualmente
era de los primeros en hacerse con casi cualquier aparato tecnológico de nueva
aparición que le pareciera interesante. Eran su capricho, porque lo cierto era
que era un poco caprichoso, pero qué demonios, podía permitírselo. Ahora, de
ahí a estar enganchado no. Ni mucho menos. No era verdad y además no tenía
porqué soportar ese comentario de nadie. Ni siquiera de Lucía.
Se dirigió a la cocina y conectó su flamante cafetera Krupps.
Se preparó un espresso mientras intentaba sin éxito encender otro de sus caprichos, la Smart tv. Para su disgusto, el aparato le contestó con una pantalla
negra con el mensaje Offline. Era
temprano aún, pero no tenía tiempo de pararse a descubrir porqué demonios
aparecía ese error en la pantalla; imaginó que algo habría fallado en la
configuración durante su ausencia. Apagó el aparato mientras recordaba que no
había comprobado si tenía algún mensaje de la oficina en la bandeja de entrada
de su correo. Imaginaba que no, pues era lunes y además muy temprano, pero aún
así quería cerciorarse. Con su taza de espresso en una mano y el teléfono en la
otra comenzó a escrutar lo recibido. Algún compañero de trabajo, clientes,
publicidad. De pronto se quedó lívido. No esperaba un mensaje de su jefe a primera
hora de la mañana. El nombre del asunto lo inquietó aún más: URGENTE. Comprobó día
y hora del mensaje, lunes 6,30 AM. Aquello no le gustaba nada. No era habitual.
Inmediatamente tuvo un mal presentimiento pues su jefe, su nuevo jefe, que
había llegado a la empresa apenas hacía dos meses, no le acababa de caer
demasiado bien, y el sentimiento era recíproco y manifiesto. El tipo tenía fama de gestionar con mano de
hierro empresas con problemas; uno de esos tipos a los que no le temblaba el
pulso a la hora de tomar decisiones delicadas. O sea, un experto en aterrizar
en empresas que necesitaban aligerar plantilla. Se apresuró a abrir el mensaje
y comenzó a leer:
Estimado Nacho:
En primer lugar te pido disculpas anticipadas por el
momento y la forma de comunicarte lo que viene a continuación. Siento decirte
que el Comité de Dirección, reunido de urgencia en la tarde de ayer domingo,
decidió, debido a la delicada situación de la empresa, el cese de veinticinco de nuestros
colaboradores. Desgraciadamente, tu nombre está en la lista elaborada con gran
pesar por el comité. Quiero que sepas que no he tenido opción. Lo siento.
Se ha dispuesto que los afectados por la medida podáis
pasar a recoger vuestras cosas desde hoy mismo. A tal efecto se han dispuesto
unas cajas personalizadas con todas vuestras pertenencias y que encontrareis en
recepción. El personal de seguridad os informará de todo.
Lo dicho, lo lamento.
Un saludo. Terry.
Hijo de puta. Le estaba despidiendo por correo
electrónico cuando aún no había vuelto siquiera de sus vacaciones. Se sintió
desfallecer. Comité de Dirección, cese, afectados, pertenencias, personal de
seguridad. Aquellas palabras golpeaban
una y otra vez en su sien como un furioso ariete. Esto no podía estar pasando.
No a él.
Tomo asiento pues sus piernas comenzaban a flaquearle. Las
siguientes palabras que se agolparon en su mente fueron nocturnidad, alevosía,
premeditación. Habían aprovechado su ausencia para ponerle en la puta calle. Abandonó
la taza de café en la mesa y comenzó a mesarse los cabellos. Estaba aturdido. No
se esperaba algo así, ni por asomo. Bip
bip, en ese preciso instante el sonido
de su móvil le hizo volver en si. Extrañado, como si fuera la primera vez que
veía hubiera visto su teléfono, miró la pantalla y comprobó que era un mensaje
de Lucía. “Joder ahora no”, pensó. Lo
que menos le apetecía en ese momento era un mensaje del tipo “lo siento cariño” y toda esa mierda. Imaginaba que el mensaje de Lucía sería
conciliador y seguro que le iba a proponer pasar la noche en su casa o algo por
el estilo. Pero en ese momento no tenía el cuerpo para nada, estaba hundido. Se
acababa de quedar sin trabajo y ni siquiera habían tenido los huevos de
decírselo a la cara. Aún así, giro de nuevo la vista hacia la pantalla del
móvil y abrió el mensaje de Lucía:
Hola Nacho:
Después de lo vivido estos días de vacaciones contigo y
sobre todo de la movida de ayer, he
podido darme cuenta de que nuestra relación no funciona y lo que menos quiero
en este momento es que me hagan daño. Lo mejor es que lo dejemos. Lo siento.
Adiós.
Lucía
Era el segundo lo
siento que leía en apenas dos minutos. La segunda bofetada. En toda la
cara. ¿Qué era todo esto, una pesadilla? Seguramente sería eso, aún no se había
despertado y estaba teniendo un sueño, un muy mal sueño. En ese preciso
instante la pantalla de su reluciente Smartphone
pareció apagarse y un mensaje apareció en ella. Offline.
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