martes, 23 de diciembre de 2014

(EL OTRO) CUENTO DE NAVIDAD

Pongamos que fue lunes. Nada de particular, salvo por el detalle de la celebración del sorteo especial de la lotería de Navidad, día en el que muchos tenemos un ojo pendiente en la voz de los niños de San Ildefonso. Pongamos que esto significa que estamos a punto de perpetrar un año más los ritos, más o menos formales, que la Navidad introduce como un paréntesis en nuestras vidas cotidianas: comidas, cenas, compras, etc. Pongamos que la escena que contemplo cada mañana de lunes cuando voy a trabajar, pone de relieve una realidad tozuda que no solo se niega a desaparecer, sino que cada día que pasa se hace más patente, más visible, más tremenda. Pongamos que en este lunes navideño no veo reyes magos, ni camellos cargados con regalos, ni pajes, ni nada de eso. Ni siquiera gente con bolsas llenas de regalos o carritos de la compra rebosantes de comida. Lo que veo este lunes, como cualquier otro lunes, es a un montón de personas (cada vez más) llevando carritos de niños en los que no hay ningún niño, bolsas vacías de todos los tamaños, mochilas vacías, carros de la compra vacíos, en fin, todo aquello que sirve para poder cargar. Cualquiera que vea esta escena por primera vez podría pensar en que toda esa gente se dirige sin duda a algún supermercado cercano, salvo por un pequeño detalle: toda esas personas van justo en dirección contraria a la zona comercial del pueblo. Casi todas son mujeres, aunque también se ven hombres. Personas bien vestidas, probablemente de diferentes credos, de todas las edades, de múltiples nacionalidades: españolas, marroquíes, ecuatorianas, colombianas, rumanas, que sé yo. Dibujan un séquito a contracorriente que no lleva ni oro, ni incienso, ni mirra ni nada de nada. Solo sus carros y bolsas vacías, tan vacías como sus manos y sus bolsillos, y cuyo destino es una residencia de religiosas encargadas de repartir comida entre todas esas personas, como cada lunes desde hace ya demasiado tiempo. Pongamos que esto es España, que es Navidad y que estamos en 2014. Menos mal, señor Rajoy, que como usted bien dijo el otro día, la crisis ya es historia.