El momento ha llegado. Los sesudos asesores se revuelven inquietos en sus
despachos con olor a rancio. El baile les ha cogido con el pié cambiado, se les
ha olvidado la letra y ya es tarde para reaccionar. Nadie lo esperaba (aunque
lo deseara medio país), pero era una de esas vanas esperanzas que se verbalizan
casi con melancolía, como refiriéndose a lo que nunca pasará. A lo imposible.
Pues bien, lo imposible se ha hecho posible. Un grupo de jóvenes profesores,
preparados, organizados y sobre todo convencidos, han puesto en ascuas a los
mandamases de la política y la economía de nuestro país. El parlamento, el
senado, las diputaciones y hasta las juntas de vecinos andan revueltos ante lo
inevitable. El relevo está cerca. Hemos pasado de la sonrisilla pusilánime de
quienes se creían intocables, a esa otra sonrisa nerviosa y tensa de quienes se
saben en peligro. La fiesta se acaba y alguno aún no se ha enterado. Hay mucho
que perder y las cloacas del sistema han empezado a bullir. Se buscan muertos
en los armarios para acoquinárselos a estos imberbes de expediente inmaculado,
no vaya a ser que lleguen limpios a las elecciones, y las ganen. Eso sí que no.
Los consejos de dirección de los bancos, los consejos de redacción de los periódicos, los comités
ejecutivos de los partidos y hasta el sursuncorda se han movilizado para poner
palos en las ruedas a ese bólido que se acerca a toda velocidad y que amenaza
con llevárselos por delante. La guerra sucia ha empezado, por lo que en los
próximos tiempos seremos testigos de una gran campaña de intoxicación: que
viene el coco con coleta. Pero estamos escarmentados, o deberíamos estarlo. Van
a hacer todo lo posible por impedirlo. Prometerán el cambio, ese cambio que
garantiza que todo seguirá igual. Sin embargo esta vez es diferente; hemos
visto el cartón piedra y los hilos de la marioneta. Esta vez podemos, y debemos
cambiar las cosas.
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